jueves, 13 de marzo de 2014

Paréntesis



Regresé de Bariloche hace tres meses. Había partido, de nuevo, con la maleta que va siempre llena de esperanzas y sorpresas. 

La espera por el retraso del vuelo  con destino a Buenos Aires se hace llevadera por esa especie de solidaridad que se crea entre los viajeros, compatriotas con quienes termino intercambiando correos electrónicos y números de teléfono.

Tres y cuarenta. Por fin estoy en Bariloche después de tres escalas y no sé cuantas horas de vuelo desde Medellín; nuevamente en el sur, el paisaje me es familiar, las montañas, los lagos, el carácter tranquilo de la ciudad en invierno. Medito, pienso, oigo las palabras de alguien que quisiera pasar sus días de retiro en la paz de este lugar.

Vale la pena recorrer miles de kilómetros, trazar un camino en el mapa detrás de tu huella. Florencia siempre me espera sin hacer preguntas y yo llego sin dar respuestas. A pesar de ir y venir tantas veces cada reencuentro es como la primera vez.


Hoy, nuevamente distantes, me siento frente al escritorio y agarro un papel: 

Flore


Te escribo sin más motivo que sentirme cerca de ti.

Aunque te vayas y ahora estés lejos  siempre estás aquí, en un rincón dentro de mí. En cada despedida una parte de ti queda, permanece flotando en el aire,  en mis pensamientos, en el éter.

En cada encuentro quisiera regalarte una estrella, o el mar, o la luna pero solo tengo esta corta nota y un corazón tuyo.


Fran

Termino de escribir y alguien me pregunta
-¿Qué haces?
Sonrío y me quedo en silencio.