La mayoría hemos soñado con visitar
alguna vez Río de Janeiro: playas, música, alegría y ambiente festivo son ese
imán que atrae la atención de miles de turistas alrededor del mundo a conocer
“a cidade maravilhosa”. Mi turno se presentó después de mediados de año cuando
aún es temporada baja (si acaso existe ese término en una ciudad como Río). Iba
de paso por algunos días así que había que aprovechar el tiempo al máximo.
Tan pronto mi vuelo aterrizó y
llegué al hotel salí adonde todos queremos ir. Sí, a la playa. Cuatro cuadras
me separaban de las famosas y reconocidas arenas de Copacabana que para mi
sorpresa no se encontraban muy concurrida de turistas; la hora ya tardía y el
paso de un evento que estaban desmontando hizo que confluyéramos en el mar solo
unos jóvenes haciendo surf y pequeños grupos repartidos por sus amplias playas.
Luego de mi primer contacto con el mar y las olas llegaron también los primeros
amigos, una pareja que me solicitaba tomarle algunas fotos para sus redes
sociales. Después de hablar y compartir los típicos caipiriñas o caipirinhas quedamos
en recorrer la ciudad al día siguiente visitando los lugares más emblemáticos.
Allá vamos. El Cristo Redentor es
paso casi obligado para la foto de brazos abiertos. Subimos en colectivo
turistas de varios países: India, Bolivia, Argentina y Colombia; luego de
descender del vehículo y hacer el respectivo registro se puede subir en
ascensor o caminando, optamos por la segunda opción y caminamos menos de 10 minutos
por las escaleras que llevan a la cima. Sí amigas y amigos, ahí estaba uno de
los lugares más conocidos y concurridos del planeta, la vista desde este lugar
(Cerro del Corcovado) es impresionante y puede verse la ciudad con sus playas
en pleno esplendor. Después de pasar un tiempo en el sitio, caminar por los
diversos miradores, contemplar la ciudad del mar y ver el Cristo desde todos
los ángulos era la hora del descenso.
El día siguiente continuó la
inolvidable travesía visitando uno de los monumentos naturales más emblemáticos
de Río, Pan de Azúcar o Pão de Açucar, un lugar que ofrece una deslumbrante
panorámica que nadie se debería perder. La vista y la emoción ya se empiezan a
percibir desde que vas en el teleférico en un trayecto corto que te lleva hasta
la cima. Ya el lector se imaginará los adjetivos que describen lo que se
visualiza desde el lugar, el mar siempre presente en Río deja ver toda su belleza
desde allí
Con un amigo brasileño que conocí
en Pan de Azúcar quedamos de encontrarnos en la noche cerca a la playa de Ipanema
para recorrer un poco la ciudad y nada mejor para comenzar que cenando el plato
típico del país, la famosa feijoada (frijolada). Después caminamos un poco
entre la playa y esos lugares alegres que dan vida al lugar evocando las
mágicas noches de Río que quedan para el recuerdo de quien tiene la oportunidad
de estar ahí. Uno de esos sitios fue el mítico bar Garota de Ipanema (nombre de
la canción del compositor Tom Jobin), quien además de la reconocida canción que
da nombre al lugar, compuso la melodía Aguas de Março, elegida como la mejor
canción brasileña de todos los tiempos por periodistas y artistas de ese país.
La premura del tiempo hizo que mi
paso por el Maracaná fuese rápido, dejando para otra ocasión mi presencia en el
clásico Flamengo vs Fluminense (Fla-Flu); de igual manera, un rápido tour incluye
una visita al Sambódromo y a la Catedral de Río de Janeiro. Quedan muchas
calles por recorrer, playas por visitar y lugares por vivir. Para quien quiera
internarse en este lugar la visita a la cidade maravilhosa debe ser larga y
única.